





Esta instalación nace con el deseo de mostrar como cada pieza mantiene la identidad y el aspecto formal único que le ha dado la persona que lo ha creado, y que a su vez se encuentra integrada en una composición formada por todas las piezas. Partiendo de una situación inicial en la que aparecen 100 piezas completamente diferentes, cada vecino puede ir escogiendo una, y a continuación la interviene a su manera con pintura. Con todas ellas se compone un friso lineal de dos filas que pasa a formar parte de un espacio frontal del edificio. Conseguimos así un conjunto en el que la presencia de cada una de las piezas denota la necesidad de que, para construir una instalación colectiva, es necesaria la aportación individual de cada pieza hasta conseguir este espléndido mural.